Creo que todos podemos estar de acuerdo en que en la vida se nos plantean constantemente dificultades. Si pensamos un poco en estas dificultades, casi todas engloban las siguientes áreas: laborales, sociales, sentimentales, familiares o en relación con uno mismo.
Cuando encontramos problemas en estas áreas, en función de las opciones que tengamos y de nuestra personalidad, podremos dar una respuesta que resuelva total, parcial o sin éxito los problemas que tengamos. Esto es lo que podemos llamar el repertorio de comportamiento, el cual, es limitado en base a lo que hemos hablado antes, nuestras opciones y personalidad. El psicólogo en muchas ocasiones se le considera, erróneamente, alguien que “cura” una patología. Por lo tanto, en el momento en el que alguien recomienda a otra persona “ir al psicólogo” puede despertar en nosotros una sensación de: “¿Me está diciendo que estoy enfermo?”. Según nuestra impresión, en España esta reacción es más fuerte. En otros países o continentes, ir al psicólogo a reubicar y reelaborar nuestras experiencias es algo tan normal como ir al fisioterapeuta. En nuestro país, parece que sigue existiendo esa reticencia a acudir a consulta. Esta barrera resulta extraña para los que somos psicólogos, en nuestro caso, ir a terapia es de lo más normal. Por ponerte un ejemplo, esto lo vemos de la siguiente manera: si yo hago deporte y realizo un ejercicio con la postura errónea, puede que me haga daño. Yo en ese momento tengo varias opciones: 1- esperar a ver si se me va el dolor, 2- aguantar indefinidamente el dolor o tomar pastillas para que este se vaya o 3- Si veo que el dolor no se va o que este se iría mejor si acudo a un especialista, me pongo en contacto con él. Al igual que los dolores físicos, están los psicológicos y creernos más fuertes porque los aguantemos estoicamente, puede ser un error que nos cueste caro.
Siguiendo con la metáfora del fisioterapeuta, de igual modo que el cuerpo reacciona y se reajusta ante una mala postura continuada, lo mismo hace nuestra personalidad o la manera de ver el mundo. Por poner otro ejemplo: si yo he sufrido una ruptura en la cual me he sentido herido o siento que he salido perdiendo, esto puedo achacarlo a que “soy demasiado confiado” o “no lo vi venir”. Ese mensaje que me estoy dando puede generar un cambio de cara al futuro, el cual, puede sernos de utilidad o no. Supongamos que encontramos una nueva posible pareja, pero yo me resisto a ser igual de confiado, esto, generará un cambio en la nueva relación. Puede que nuestra renovada desconfianza boicoteé una posible experiencia positiva, puede que la herida anterior siga abierta y nos sobreesforcemos en encontrar la seguridad mostrando inseguridad al otro. Pueden ser muchas cosas, pero el auto-boicot, la decepción que previene de vivir algo, las pegas que ponemos al mundo para evitar y no exponernos en cualquiera de las anteriores áreas nos condicionarán sin duda. Pero no nos equivoquemos, estas pegas tienen una función, porque nuestra mente es inteligente: “no vuelvas a sufrir igual”. Lo que nuestra mente no nos explica es que, debido a esta reacción, nos podemos perder muchas cosas buenas.
Estos razonamientos nos llevan a otra pregunta: ¿tengo que autolimitarme y vivir menos felizmente o tengo que exponerme y arriesgarme a sufrir en exceso? Parece un dilema de difícil solución. Es en este punto donde entra el psicólogo. Como decíamos nuestro repertorio conductual es limitado: historia, relaciones vitales, traumas grandes o pequeños, la cultura, conforman nuestra realidad, le da sentido y al mismo tiempo la limita. La figura del psicoterapeuta es aquella que te permite ver más opciones, conocerte mejor al igual que un fisioterapeuta te ayuda a conocer mejor tu cuerpo. Explorarte con curiosidad da miedo, es difícil, pero es una herramienta muy poderosa para sacarte el máximo partido.
Gabriel Gómez-Santander Aguirre